Trastornos de la personalidad

Trastornos de la personalidad superadmin 5 de octubre de 2023
SERGI FERRÉ

Trastornos de la personalidad

Hablar de trastornos de personalidad no supone hablar de personalidades o personas trastornadas. Esta diferenciación nos permite echar un primer vistazo a sus síntomas, porque quien los sufre es como si llevara unas gafas que trastornan la realidad, sin que la persona sepa que las lleva. El trastorno se ve justificado entonces en todo lo que percibe.

La persona (que es como es, y en esto no hay trastorno) no se permite entonces descansarse en el devenir de su propia vida (cambios, relaciones, etc.). Por ejemplo, un dios literario no cambia nunca (Zeus es siempre Zeus).

“¿Dónde irás? ¿A dónde huirás? ¿Dónde te esconderás? En ninguna parte. Porque ya no queda nadie como tú.”

Secuestradores de cuerpos (Abel Ferrara, 1993)
Pero en su mito sí hace que las cosas cambien (Si Zeus se enoja, envía su rayo destructor y condena al mundo; pero si está contento, le salva). En cambio, Marta, Francisco, o Iolanda, no condenan ni salvan al mundo, ni se condenan ni se salvan a sí mismos, porque sólo son personas, limitadas y condicionadas por su tiempo. Pero cuando una persona funciona como un dios, aquí hay un trastorno. No porque la persona esté mal, sino porque funciona de una forma que la trastorna.

El tratamiento pasa pues por diferenciar a la persona que sufre el trastorno, del trastorno que sufre la persona. Esta tarea es harto ardua cuando para la persona (incluso también para su entorno) no existe diferencia entre una cosa y otra. Ocurre como en El Quijote, donde Alonso Quijano (persona) se identifica con Don Quijote de la Mancha (personaje), y esto hace que, en vez de molinos de viento, vea (y se enfrente) con terribles gigantes, aunque no sea verdad. Esta épica genera en él y en su entorno un gran sufrimiento.

 

Paso a especificar las características de los trastornos de la personalidad más frecuentes:

La persona experimenta un continuo autoboicot, como si se hubiera declarado la guerra a sí misma, utilizando como artillería emociones intensas y contradictorias que le hacen perder el control. Se siente deficiente en comparación con los demás. Por lo que se vuelve dependiente ante la idea de ser abandonada debido a este hecho.

Nos referimos aquí a una dependencia instrumental, no tanto emocional (como sería el caso de la dependencia emocional). La persona se siente incompetente y necesitada de los demás para sobrevivir, obtener recursos y tomar decisiones.

Las personas que lo sufren, anhelan relacionarse en la misma medida en que temen ser dañadas al poner sus vidas en manos ajenas (amar a alguien, otorga a éste una influencia significativa sobre la persona). Esto las devuelve distantes, aunque deseosas de contacto.

La persona que lo sufre, atenta sistemáticamente contra la convivencia y bienestar social, a modo de rechazo de sí misma, en tanto que la persona es una con sus circunstancias (entorno, comunidad, etc.). Esto la lleva a delinquir, manipular o extorsionar, sin remordimiento alguno.
Quien lo sufre, se presenta como superior al resto, sometido a una amenaza inconsciente de inferioridad. Es una escapada hacia arriba, hacia sentirse por encima de todos, aunque no se justifique en ningún mérito, porque justo se huye del sentirse absolutamente indigno.
Existe una obsesión culposa por el control, el orden o las reglas, por miedo a una inminente catástrofe debida a la propia negligencia. La persona intenta controlar la realidad mediante rituales, pero en realidad es ella la que resulta ser controlada por el trastorno.
La persona se ve impelida a actuar de forma dramática y emocional, incluso teatral, con el fin de atraer toda la atención para sí. Nunca es bastante y eso le lleva a poner en riesgo todo lo que sea importante para ella, ya que “el espectáculo debe continuar”.
La persona recela y desconfía sistemáticamente de las personas de su entorno, a quienes presupone intenciones maliciosas.
Quien lo sufre se mantiene distante y desconectado de su entorno, evitando toda intimidad. Este rechazo a otros impide que pueda comunicar sus emociones.
Quien lo sufre se siente muy incómodo en las relaciones de intimidad, por lo que carece de confidentes más allá de los familiares de primer orden. Asume ideas o creencias mágicas o distorsionadas, con afirmaciones extravagantes y miedos infundados.